lunes, 13 de junio de 2011

Rara avis




   El cazador vivía aislado en medio de la selva. A pesar de esta solitaria existencia él era feliz, pues tenía cuanto deseaba... por supuesto esto es una forma de hablar ya que cualquier extra siempre es bienvenido, pero se encontraba satisfecho con su existencia y  no codiciaba con especial anhelo nada más. Pero este statu quo no le impedía continuar mejorando, con la vista puesta en futuras metas que le podrían hacer aún más completo y pasar su días con mayor ligereza.
   
   El problema radicaba en que en sus horas más bajas siempre aparecía de forma recurrente la perseguida captura de su pieza maestra, su "ballena blanca". Cuando paseaba por la selva solía ir tranquilo pero alerta, observante... no por los depredadores, a los que no temía; sino en busca de una huella, de un fugaz avistamiento de aquel maravilloso espécimen que, a veces, creía que solo existía en su imaginación. Conocía y entendía demasiado bien aquella enorme fauna que le rodeaba y por ello, aunque a veces solía acercarse a ciertos seres de su predilección como entretenimiento, pronto se aburría y hastiaba de ella.

   A veces creía haber encontrado ese ansiado ejemplar, poseedor de tan soñadas cualidades; aquel ante el que sentirse maravillado y orgulloso. En esos momentos, con una mezcla de reticencia y desconfianza, junto con autosugestión; comenzaba su observación y acercamiento, con la ilusión de poder haber llegado al fin el deseado día. Pero pronto llegaba la triste decepción al comprobar que pese a mucho que lo desease, aquel solo era un ejemplar común al que su propia nostalgia engrandeció o una especie imitadora pretendiendo ser lo que podría haber sido, pero que por su propia naturaleza nunca podría ser.

   También se planteaba si es que carecía de las herramientas adecuadas para conseguir tan ambicionada criatura... La intuición comenzaba a decirle que puede que aquello que había tomado como rasgo excluyente fuese un rasgo innato a la extraña y escasa especie que perseguía. Tanta virtud tenía que traer algún defecto con ella... Pero trataba de negárselo, puesto que en ese caso estaría condenado a terminar sus solitarios días sin conseguir a su último fin. Todo o nada, no se conformaba con inconsistentes medias tintas.

   Y es que el cazador, pese a su denominación, no lo era en absoluto. No tenía interés en la matanza, solo en la observación y el aprendizaje y su interés último para con su ansiada presa no era la captura, sino la domesticación, puesto que no pretendía un trofeo, sino un acompañante de por vida.

   Así continuaba el cazador sus días, pacientemente esperando, buscando, aprendiendo, amanecer tras amanecer.

2 comentarios:

Drew dijo...

Le diría al colega cazador que mejor se vaya comprando una silla, o que espero que le gusten los perros....

Jasón dijo...

Jajajajaja tranquila, creo que eso ya lo tiene asimilado.

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